Migrantes en Argentina, radiografía de sus contradicciones
Por Francisco Yofre
Argentina es uno de los países del Cono Sur que más migrantes ha recibido. Los tres primeros censos nacionales acreditan la magnitud de su ingreso: en 1869, el 12,1% de la población era extranjera; en 1895, el 25,4%; y en 1914, el 29,9%. La gran mayoría llegó en barcos embarazados de españoles, italianos, polacos y rusos que huían de las crisis sociales europeas. Tras la Primera Guerra Mundial, los flujos migratorios de ultramar descendieron y comenzó a visibilizarse a otra migración, la de los países limítrofes, especialmente de Paraguay y Bolivia y más recientemente de Perú.
A partir de 1960 la migración regional pasó de ámbitos semirruragles a espacios urbanos y el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) creció del 25 al 50 por ciento como urbe receptora de migrantes. Este patrón se correlaciona con un gradual aumento de la proporción de mujeres migrantes: ya en 1980 ellas constituían la mitad de los migrantes que residían en el AMBA. Ello está estrechamente ligado con la inserción en el sector servicios, en particular el servicio doméstico y los servicios personales, reproduciendo una trayectoria migratoria inicial similar a la de las migrantes internas.
Al mismo tiempo, otra gran diferencia entre la migración del Viejo Continente y la regional es el concepto que se tiene en el imaginario social de cada una de ellas. “Si bien la llegada de los europeos fue muy resistida durante los primeros años por parte de los habitantes locales o criollos, se la ha construido como una migración épica, valiosa, que forjó el ser nacional. La otra, la de los países vecinos no es algo que enorgullezca a los argentinos. Al contrario, a esos migrantes se los identifica como invasores e incluso se los responsabiliza de los problemas sociales locales”, señala María Inés Pacecca, Doctora en Antropología (UBA) y especializada en temas migratorios.
Los migrantes limítrofes suelen ser acusados de quitar empleo y de aumentar los índices de criminalidad. Sin embargo, los censos acreditan que los migrantes de esas nacionalidades nunca superaron el 7% de la población. En tanto Alejandro Marambio, exdirector del Servicio Penitenciario Federal, detalla que “el 6 % de la población carcelaria es foránea incluyendo a los extranjeros de paso, con lo que la cifra disminuye si se analiza a los presos migrantes que efectivamente viven en el país”.
Pero si las cifras revelan entonces que los bolivianos y paraguayos ni quitan trabajo, ni aumentan la criminalidad, ¿por qué – tal como señala la Dra. Pacecca-, se construyen imágenes diferentes entre la migración de ultramar y la de países limítrofes?
“Porque varió el sujeto que construyó el relato de la historia local, cambió el grupo o colectivo de personas que hacía las leyes y que edificó el ideario argentino. Con el paso del tiempo, la segunda y tercera generación de esos migrantes que masivamente habían llegado empezó –también masivamente- a acceder a puestos legislativos. Ambas migraciones, no tuvieron la misma trayectoria social. La europea nunca fue ilegal, venían de hambrunas brutales pero con pasaporte. La latinoamericana, hasta principios del siglo XXI, sí era irregular. El cerco discriminador está en la legislación y en quién hace esa legislación”, agrega Pacecca.
Dime de Dónde Vienes y Te Diré en Qué Trabajas.
Marina Quiñones nació en Cochabamba, Bolivia, hace 57 años, y junto a su hermana Nicol, llegó a Buenos Aires en 1980. Ambas atienden una verdulería. Mientras acomoda naranjas y peras recuerda que sus dos primeros años en el país trabajó en un taller textil ilegal que regenteaba un coreano. “Fueron difíciles esos tiempos ya que no tenía papeles. Me costó bastante conseguirlos. Con mi hermana nos tuvimos que defender mucho. Pero logramos tener nuestro puestito. A veces es difícil progresar y casi imposible vivir en un barrio mejor”, rememora Marina. Nicol, parada detrás de la caja, completa la respuesta: “de a poco pudimos hacer que vengan algunos familiares. Acá siempre hubo más trabajo, más para las mujeres que los hombres, y sobre todo antes el cambio a dólar nos rendía mucho. Es cierta la discriminación, la vivimos, pero siempre pasó y más contra las mujeres. Ahora se presta más atención a esos temas, y a esta altura, mucho no nos importa lo que digan de nosotras”, cuenta mientras levanta los hombros con desdén.
En la actualidad residen en Argentina 550 mil paraguayos, 340 mil bolivianos y 150 mil peruanos. Según los censos nacionales, la migración guaraní estuvo feminizada desde su origen (décadas del 60 y 70) al igual que la peruana que llegó a partir de los ´90. La boliviana se feminizó hace poco, recién en el último relevamiento oficial las mujeres pasaron a ser mayoría. “Las paraguayas ocupan buena parte del mercado laboral de empleadas domésticas y no han conseguido convertirse en patronas. Por el contrario, las bolivianas han logrado ser dueñas de comercio, es una migración que se capitalizó muchísimo. En algún punto, hacen la misma trayectoria que italianos y españoles a principio de siglo XX, pero en quintas y huertas. Empiezan como asalariadas de un patrón, después arriendan la tierra, luego se convierten en dueñas de esa tierra, traen a sus propios paisanos y ponen una verdulería. La migración paraguaya no logró ese ascenso social”, enfatiza Pacecca. La boliviana, tardíamente feminizada, tendió a ser durante décadas una migración de familias o grupos familiares que organizaban su traslado con la asistencia de cadenas de compadres y paisanos. Una vez en Argentina, estas redes —a menudo trasnacionales— contribuyeron de variadas maneras a la acumulación de capital y fueron generando nichos étnicos.
La doctora en antropología de la UBA Corina Courtis, en su trabajo “Género y trayectoria migratoria”, detalla que “la reciente migración peruana tuvo como motivación al modelo económico que se basaba en la equiparación del dólar con el peso, atrayente por la buena cantidad de remesas. Su arribo desplazó a las mujeres paraguayas entre las empleadas domésticas”. Para Pacecca este fenómeno se debe a que “al ser una labor que se retribuye por hora, esa hora vale lo mismo más allá del nivel de instrucción de la trabajadora. Muchas peruanas tienen un nivel educativo bastante más alto que las paraguayas. Eso motiva que la patrona argentina opte por la mujer peruana ya que tiene más calificación educativa y le cuesta lo mismo”.
El incremento de mujeres peruanas en Argentina a partir de la convertibilidad y su presencia cada vez mayor en el trabajo doméstico que emplea a 55 por ciento de ellas indican la ocupación exitosa de un nicho laboral en el que parecen haber generado más demanda de connacionales para este trabajo: en comparación con las mujeres bolivianas y paraguayas, son muchas más las peruanas empleadas en el rubro, y muchas menos las que buscan trabajo.
El País al Fin del Mundo
Desde octubre de 2014, el gobierno argentino implementó el Programa Siria para recibir a refugiados que escapan del conflicto armado en ese país asiático. Llegaron cerca de 100 personas que se sumaron a las 160 que habían arribado desde 2012. A principios de junio de 2016, Argentina se comprometió a si mismo, a recibir a otros 3000 refugiados sirios. “Es una buena iniciativa pero el flujo migrante no es muy intenso”, destaca Tamara Lalli, quien nació en Yabrud, y que se encarga de conectarlos y asesorarlos en Buenos Aires para que obtengan sus papeles. Y es que la mayoría prefiere Brasil o Estados Unidos. Argentina es desconocida a pesar que es una comunidad fuerte en este país. “Y eso que hay cuatro millones de descendientes de sirios libaneses, casi un 10% de la población total, pero la realidad es que no forjamos muchos rasgos propios y nos integramos totalmente. Las refugiadas llegan con un altísimo nivel educativo y obtienen trabajo apenas comienzan a entender el idioma. La primera ocupación que tienen es en restaurantes de comida árabe abiertos por otros refugiados o por conocidos sirios. Tratan de adaptarse pero no es para nada fácil ya que vienen de vivir experiencias muy duras, nada menos que una guerra”, agrega Lalli.
Por otros motivos, absolutamente diferentes también es muy dura la vida de las migrantes de República Dominicana. Casi todas llegadas en los ´90. Es notoria su frecuente presencia en ámbitos de trabajo sexual y Argentina es la cuarta nación a la que emigran solo superada por Estados Unidos, España e Italia, según el informe 2015 de la Organización Internacional de Migraciones. Los primeros arribos ocurrieron por reclutamientos engañosos. Las razones que las atraían era la posibilidad de remesar dólares, la no exigencia de visa para entrar como turista y la supuesta facilidad para conseguir empleo como trabajadoras domésticas. “Estos reclutadores ofrecían un “paquete” que incluía traslado aéreo, vivienda y trabajo. El monto rondaba los USD 2.000, que representaba los ingresos que la potencial migrante obtenía en todo un año de trabajo en República Dominicana”, agrega el informe de la OIM.
Uno de los organismos que más ampara a las migrantes dominicanas es CAREF (Comisión Argentina para los Refugiados), una asociación civil organizada por las Iglesias Evangélicas en la Argentina dedicada desde hace 30 años al asesoramiento de inmigrantes y refugiados. Desde allí señalan que en comparación con la población argentina nativa y con los migrantes limítrofes residentes en Argentina, los niveles de escolarización de estas mujeres resultan notablemente bajos, al punto de incluir un 6% de mujeres analfabetas y un 40% con nivel primario incompleto.
Y si bien las migrantes no eran mujeres desocupadas en su país de origen, tampoco estaban conformes con su nivel de ingresos ni con las perspectivas que la sociedad dominicana les brindaba.
Según los informes de las entrevistas que CAREF lleva adelante con mujeres dominicanas, más del 60% obtuvo el dinero necesario para toda la operación hipotecando su casa; la casa de sus padres; mediante un préstamo bancario, o incluso del propio reclutador. Otras, por el contrario asumen la prostitución como una opción para remesar dinero rápido y de manera sostenida apostando no tanto a la reunificación familiar en el país de destino sino a mejorar la calidad de vida de sus hijos e hijas en su lugar de origen.
Las mujeres dominicanas conforman el último flujo migratorio cuyo destino es Argentina. Representan menos del 1 por ciento del total, con tan solo 5600 mujeres de esta nación. Sin embargo, su acuciante situación lleva a que el 90 por ciento de ellas sean víctimas de redes de trata, tanto en Buenos Aires como en el sur de la Patagonia argentina.